Erdogan vs Francia
Tan solo unos días después del salvaje homicidio por decapitación del profesor francés Samuel Paty, ocurrido el 16 de octubre del 2020, el presidente de la República de Turquía, Receo Tayyip Erdogan, en lugar de condenar tajantemente este acto barbárico y solidarizarse con los familiares del docente, arremetió contra Emmanuel Macrón, Francia y Europa.
El dictador turco está acostumbrado a servirse de las amenazas, la censura, la persecución y el chantaje. De hecho, lo hace diariamente en su país, en el que es amo y señor.
Totalitario y antisemita
Los medios de comunicación de Turquía están totalmente bajo el control de Erdogan y cientos de periodistas son condenados cada año por atreverse a cuestionar a un presidente que actúa como una suerte de sultán dieciochesco.
El año pasado unas 4.000 personas han ido a parar a prisión por “insultar al presidente” turco. Por eso a nadie puede extrañarle que a Erdogan le cueste tanto disimular su profunda aversión hacia todo lo que representa Occidente.
En una clara muestra de cinismo y de falta de respeto hacia la comunidad judía, se atrevió a comparar “el nuevo clima de islamofobia europea”, con la situación de los judíos en el viejo continente antes de la Segunda Guerra Mundial.
Cabe recordar que Erdogan ha sido tachado de “antisemita” en más de una oportunidad, incluso por el presidente de Israel, Benjamín Netanyahu.
No deja de ser curioso, además, que estas palabras sean pronunciadas por quien ha estado llevando a cabo una auténtica limpieza étnica contra los kurdos, en la región de Afrin, sirviéndose de grupos yihadistas.
Oportunismo político
Como buen oportunista que es, el dictador turco se ha subido a la ola de histeria colectiva en el mundo musulmán, provocada a partir del endurecimiento de las políticas francesas con el extremismo islámico.
Esta posición suya ha sido calculada. Al erigirse como estandarte de una renovada campaña antioccidental favorece su imagen pública. Los efectos de esta irresponsabilidad diplomática bien podrían presentarse en forma de nuevos actos terroristas en Europa y América; además de robustecer las filas de grupos yihadistas.
En lugar de aplacar los ánimos el presidente de la República de Turquía no ha hecho otra cosa que derramar combustible sobre el fuego.
La posición francesa
La posición francesa, por otra parte, es razonable. La libertad de expresión es uno de los valores más preciados de Occidente. Sin ella no hay democracia. Erdogan no puede entender esta posición, y no hace otra cosa que condenarla, porque todo dictador siente un profundo desprecio hacia la democracia.
Puede que las caricaturas presentadas por el profesor Paty a sus alumnos hayan sido de mal gusto, incluso islamófobas; así como lo fueron las del semanario satírico Charlie Hebdo, publicadas en el 2015.
Dicho esto, en ningún caso la población de Occidente debe tolerar que en el seno de sus sociedades se pague con sangre lo que constituye, en todo caso, un acto simplemente reprochable o inmoral.
No permitir que se atente (y ser implacable con quienes lo hagan) contra este principio básico sobre el cual se asienta nuestra civilización es la mejor forma que tenemos de proteger un legado de doscientos años de progreso.
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